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La cueva Ricardo Zuloaga, del Jurásico hasta hoy!

Un lugar que desea permanecer oculto.

Muchas son las cosas interesantes que del Hatillo podría hablarles, pero ya que por cosas del destino, hoy podre contarles mi experiencia en uno de los sitios menos conocidos por muchos en este maravilloso municipio. Hacía mucho tiempo que desde la época de niñez de mi mamá y la juventud de mi abuelita la cueva de la encantada era famosa por su gran belleza y tamaño, siendo un lugar donde nacían infinidad de historias; cosa que no es de extrañar, ya que se encuentra en medio de una espectacular vegetación que se abre paso entre las inmensas rocas de piedra Caliza, cercadas por un lado por el escultor de ellas y ahora impetuoso compañero “El Río Guaire” que ruge al estrellarse contra las rocas asentadas en su cauce, liberando una verdadera batalla de titanes por hacerse espacio en aquel intimidante y estrecho acantilado. 

El lugar en si mismo esconde  magia y misterio a la vez,  las historias que en diferentes épocas se han sucedido allí podrían espeluznar hasta el mas embraguetado y a la vez cautivarle. Desde los indos Mariches y sus hazañas en pleitos con los españoles, pasando por la era moderna con su idea de electrificar a caracas, hasta la actual con malandros prófugos enquistados en esos montes huyéndole a la ley. Todos comparten este escenario común, donde algunos se los llevo el río o se perdieron en la selva, pero que por suerte, no  formaremos parte del elenco de ninguna historia trágica ni nada por el estilo, sino más bien les contare de aquel espectacular lugar que atraviesa una mole de roca de lado a lado con con unos 500 Mts de longitud.

Hacía más de tres años (me cuentan) que uno de los que formaba este grupo buscaba infructuosamente el camino a la boca de la cueva, él era uno que en épocas de los años 70 frecuentaba estos lugares y que actualmente intentaba hallar el sendero que conducía a la entrada principal.  Armados con machetes formamos un pequeño puñado de personas bastante particular,   la mayoría éramos ciclistas de montaña ya conocidos y el resto lo formaban otro reducido grupo de aquellos tiempos de juventud aventurera.

Listos para la acción.

Dejamos los vehículos en lugar seguro para así iniciar la caminata, nuestros pequeños morrales estaban empacados para una corta misión, cuentos y risas se dejaban escuchar al paso que tomábamos la entrada a la montaña. Al frente se veía el peñón de las Guacacas y una empinada rampa de cemento era el abrebocas para lo que venía, de lado una inmensa tubería que bajaba paralela a esta, ella servía de ducto para el agua que impulsaba las turbinas generadoras de corriente montaña abajo. Los mogotes y bejucos estaban por todos lados, te cercaban el camino y enganchaban los morrales haciéndolo algo molesto al avance. Poco a poco a lo lejos podías escuchar más intensamente el ruido de “Quebrada grande”, afluente del Guaire que baja a la derecha del camino.

Casi agachados por la inclinación llegamos al final de este resbaladero, unas escaleras llenas de moho con unos 50 escalones hechos de piedra dejaban al grupo en plena planta eléctrica, específicamente en la estación La Lira (1911/1957), inmersa en el abandono y el vandalismo son solo despojos lo que queda de ella, los arboles que se tuercen entre metales y escombros surgen como triunfadores de entre aquellas ruinas proclamando en silencio la victoria indiscutible de la naturaleza sobre la obra humana. 

Guiados por el olfato de nuestros veteranos compañeros, tomamos un canal de cemento que conducía y conectaría con otra estación ubicada rio abajo que jamás se construyó. Caminando en él, habían  muchos tramos llenos de potes plásticos a causa de que paralelamente y a dos mts de distancia aproximadamente, teníamos de compañero nada más y nada menos que al Guaire, con sus aguas nada tranquilas batiendo espuma emulando a algún río formado de nieve, que en cuyos cambios de carácter, puede repartir botellas de refresco hasta los lugares más altos arrasando con todo.  Así nos dejamos llevar  y anduvimos un rato al tiempo que nos separábamos del rio a una altura cada vez mayor. Ya avanzados, la diferencia entre las briosas aguas y nosotros era como de 15 mts, la canal estaba adherida a la roca vertical que bajaba de la montaña, dejando ver a su paso las muescas de los taladros que usaron para incrustar la dinamita que hizo posible el dominio y agarre de semejante estructura  en tan escarpada e intimidante piedra.  Las vistas desde acá eran increíbles en todas direcciones, avanzamos embelesados de poder estar en esa caminería que se aferraba a la roca profanando aquel indomable lugar, hasta el punto que la maravilla moderna terminó y un derrumbe al frente obstaculizaba el paso marcando así el final del serpenteante tour. El monte era  la única alternativa para avanzar en busca de la cueva, siendo el momento oportuno de discutir por donde subir a la montaña abriéndose paso en ella a punta de machete para hallar la entrada.

Nos dividimos en tres grupos, la verdad que ninguno estaba claro de por donde subir, solo se manejaba una idea de un punto invisible que calculamos pero nada tangible. Subiendo y luchando con “Jalapatras” y “Guaritotos”, la faena se extendió por más de 4 horas de fatigante búsqueda que trajo como resultado que uno de los compañeros sintiera el peso de tal esfuerzo obligándolo a regresar. El junto a otro amigo que asumió el compromiso de bajarlo se valió de una cuerda para atarlo y poder descender de aquellas inclinadas trochas recién improvisadas. 

El ánimo estaba bajo, ya eran pasada las dos de la tarde y no había modo de conseguir el lugar, fue entonces y casi a punto de decidir regresarnos cuando luego de discutir mordisqueando  sandwiches en la saliente de una piedra el destino de nuestra excursión, decidimos unánimemente explorar por última vez una parte de la montaña que pareciera estar ubicada a la altura de preciado premio.
Casi como un perro cazador en busca de la presa, uno del grupo se introdujo en las espesuras y como cuando aúllan las jaurías al acorralar la victima grito, “La Encontré”, liberando un contagioso animo de éxito entre todos que nos dábamos la mano y celebrábamos haberla hallado. 

No imagine que la cueva sería tan impactante sino al entrar a ella, desde la boca se veía semi revelada por unos rayos de luz que se atrevían a cortar aquella negrura absoluta. Atamos una cuerda y unos bajaron a mano limpia por ella y otros con el respectivo arnés. Ya adentro, el olor a guano se hacía sentir, una pequeña subida por un arenal iniciaba la aventura, en ella un boquete misterioso daba paso a lo desconocido. Al entrar, nuestros pies se hundieron en el guano pulverizado, el sonido de los murciélagos alterados resonaban en aquellas gargantas, las linternas estaban ahogadas en aquella obscuridad, el suelo negro bajaba hasta donde la luz alcanzada y todos mirábamos dentro de aquella gigantesca cámara de roca solida. A juzgar por lo que vimos en ese momento, supimos que nadie en mucho tiempo entraba a ese lugar, no había rastro de huellas ni nada, todo estaba intacto a excepción de las estalactitas mutiladas por personas que en anteriores ocasiones visitaron el lugar y se hicieron de muchas de estas piezas que desconocemos si para investigación u ocio. Continuamos bajando y llegamos a otra inmensa cámara, esta era mucho más grande que la anterior y superior en inclinación. 

Las formaciones por la calcificación eran cada vez más enormes, unas estaban fusionadas entre ellas conectando el techo con el piso, dando lugar a un espectacular escenario prehistórico. Luego de admirar aquello, nos arrastramos por un boquete que llevaba a una tercera cámara, esta era formada por una roca azul con vetas blancas que no se sabía ni de donde salían ni en donde terminaban de lo grande del salón. En partes la roca estaba como comida por algún tipo de acido o por lo menos daba esa impresión, ya que en muchos cantos de la roca estaba sumamente desgastada y con la fragilidad de una galleta que quebraba solo al tacto. Fuimos muy cautelosos con las fotografías y evitamos hacer el menor ruido posible en aquel maravilloso santuario, la salida nos aguardaba a pocos metros de esta inmensa caverna azul.

Como luz al final del túnel estaba el boquete registrando una cota mucho más baja que la de la entrada, marcando el final de la cueva, iluminado por el sol, de rocas resplandecientes que daban tonos verdeazulados al contacto con la luz. Llegamos a este lugar y se dejaba ver toda aquella formación rocosa que se terminaba en ese punto. Los rayones en las paredes tenían fechas e inscripciones como esta “ Carlos 14/06/74” acompañadas de muchas elaboradas en aquellos tiempos, haciendo honor a la estupidez y a la falta de identidad que siempre motiva a los jóvenes a dañarlo todo. Nos es agradable que el monte realizara un trabajo excepcional en ocultar  la cueva, manteniéndola hasta ahora escondida de maleantes y ociosos. Es un lugar increíble para la explotación del turismo al que todos deberíamos tener acceso, pero que por  la situación de cultura y falta de valores que abruma a nuestra sociedad, nos vemos obligados a proteger, reservándonos la publicación de sus coordenadas.

Esta montaña tiene y esconde muchos secretos que ojala sean debelados cuando el ser humano entienda y deje de pensar que es dueño de todo, destruyendo y modificando la naturaleza al paso de su ambición y falta de conciencia.

 Hasta la próxima aventura.

Autor:
Sherandoe Montilla
Eco Hatillo MTB - 11/01/2014
Mail: ecohatillomtb@gmail.com
@ecohatillomtb

Referencias: Cuevas Ricardo Zuloaga
                     El Río Guaire
                     El Jurásico Tardio


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3 Comentarios

  1. Buenas noches, usted sabe algo de un proyecto turístico en la Ricardo Zuloaga? muchas Gracias por la información

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  2. Buenas noches. Me gustaria conversar con usted. Le dejo mi whatsapp 04164248159

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