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El temible poder de la Sierra Nevada - (Capítulo 1)

La amistad en la adversidad.

Traer a estas líneas la experiencia que marcó cada una de nuestras vidas además de haber fortalecido y conocido el verdadero valor de la amistad, me hace entender, que muchas veces no calculamos el grandioso tesoro que es tener buenos amigos. 
Quiero iniciar mi historia dejándoles como reflexión, que las cosas importantes no se pueden dejar al recuerdo u olvido, ellas por el contrario deben transmitirse, tratando de que perduren en el tiempo.

Acostumbrábamos a que cada año todos apartáramos unos días para salir de la rutina y poder zafarnos de los horarios, las colas y el estrés. La fecha para que nuestro recreo anual generalmente era en la semana mayor. Muchos  nosotros ya sin que terminara el año planteábamos bocetos para que esos días fueran aprovechables al 100%.

Los entrenamientos iniciaron en enero y el grupo hasta cercana la fecha se mantuvo sin bajas jeje, es decir, sin que nadie al final cambiara de opinión y dejara de participar. Las rutas propuestas eran diversas entre ellas Mérida - barinas (La ruta del carrizal), Cruz colorada en el páramo los torres y Piedras blancas. Este último ya era conocido por parte de nosotros y rodar allí era como repetir algo que quizá pudiese ser aprovechado en algún lugar nuevo. Se plantearon muchas ideas y sobre todo una que cambio radicalmente lo que veníamos haciendo año tras año. Esta consistía en  realizar las dos primeras rutas de bicicleta con el grupo entero y que los que conocíamos piedras blancas realizáramos otra actividad. Este muy inusual cambio radical de rutina casi le costó la vida a uno de nosotros.

La actividad de montañista era para Matteo y para mí algo que solo hicimos de muchachos, cada quien en su época claro, pero no así para Alejandro cuyo record en montaña para el momento sumaba varias cumbres por encima de los 6mil metros.

Acostumbrados a tenerlo todo planeado, llego el día de cambiar las ruedas por los morrales y desde muy temprano ya todo estaba listo. La mañana era fabulosa, la incertidumbre grande y el páramo tenia mas color que nunca. La meta era buscar el Humbolt entrando por Gavidia, en el Parque nacional Sierra nevada,  allí  a pie de montaña,  dejaríamos el vehículo como acostumbran a hacer los que se dirigen a la laguna de Santo Cristo y buscar la vía que llevaba a La verde entrándole por detrás por decirlo de algún modo. 

Llegamos casi a medio día y todo era normal. Iniciamos el ascenso llegando a la laguna Del Garabato al rato de haber iniciado la caminata.la marcha era continua, pasamos unas dos lagunas más y el primer alto que separaba el primer valle de cuatro que nos separaban del Humbolt. De allí hasta el próximo,nos tomo un buen rato hasta el pie de una laguna ya en el segundo. Aquí casi las 5pm, decidimos establecer el campamento. A unos cuatro mil y alguito de metros el frio no nos perdonó, la brisa que llego para congelarlo todo nos hizo sentir pingüinos, enrollados en los sleepings y cerca de una fogatica que parecía virtual, ya que no calentaba, más bien simulaba esos hologramas de las guerras de las galaxias.

Cerca de la media noche, el frio se intensificaba más y produjo en nuestro amigo Matteo una tos que al rato no dejaba de sonar. Así pasaron minutos y horas hasta que sincerándose, espero al amanecer, luego de que cada quien se desperezara y discutiera entonces el plan a seguir. Se dispuso a plantearnos su problema, la tos no mejoraba y a esa altura una neumonía era fácil contraerla. El riesgo era alto, además de haber escuchado el día anterior por boca de un local de Mucuchies y experimentado montañista (Isidro Gil), que una periodista falleció en días recientes con síntoma de tos, que a las horas se complico y causo un sangrado pulmonar que apenas dio chance de despedirse de sus compañeros a una altura similar pero por la ruta de la Verde.

Bajo semejante sinceridad y el ánimo frustrado decidimos enmendar en lo posible el momento para así aprovechar el esfuerzo de estar allí al máximo antes de regresar al vehículo y dar por terminado nuestro intento de alcanzar el Humbolt por una ruta distinta.

Belleza fatal:

Replanteamos las cosas y en consenso decidimos caminar y conquistar el siguiente alto para desde allí contemplar al Humbolt de cerca, eso nos tomaría varias horas de caminata, pero como al final nos regresaríamos, no pensamos que hubiese mayor problema. 

El plan era sencillo, dejaríamos los morrales ocultos en una montaña que se levantaba al lado izquierdo de la laguna donde acampamos en la noche. El sitio era tan solitario que ni nos preocupamos de que corriera peligro nuestros equipos;  éramos nosotros 3 y aquellas impresionantes rocas negras por todos lados mirándonos silentes.


Ligeros como si trotáramos en una mañana cerca de la casa, solo contábamos con un termo de agua cada uno y los respectivos cortavientos. Cada vez que avanzábamos las vistas eran impactantes, una laguna de azul intenso era la antesala a un baño helado que asumimos como reto si llegábamos a su horilla.

Llegamos a la laguna y la temperatura era extremadamente baja, solo meter la mano en esas aguas hacia doler los huesos, pero como reto es reto, salimos de los pantalones y de un solo salto nos petrificamos en aquel hielo. Recuerdo que la cara de Alejandro parecía un cartón, la sonrisa se le congeló, solo dejaba escapar una risita que disimulaba el mega frio que le congelaba todo, acompañado de algunos aullidos con que quizá intentaba darse ánimos a permanecer lo más posible ahí metido. Matteo solo se reía en la horilla, burlándose de este par de locos que trataban de dominar el sufrimiento corporal solo por gusto.

Luego de estar allí y aprovechar el sol de mediodía para secarnos, tomamos una escarpada subida en busca el prometido alto y su vista espectacular.  El avance fue lento ya que era arenosa la sima y esta se dejaba ver cada vez más, al paso que nos motivaba a alcanzarla. Llegamos acá y el Humbolt al frente se veía lleno de nieve, la nitidez de todo aquello era más que HD, los colores eran súper intensos allí y abajo unas lagunas azul verdosas rodeadas de una calma que apaciguaría al más inquieto. Tomamos fotos y cada quien se instalo en lugares diversos para contemplar desde su soledad aquella impresionante vista.

Llego la hora de regresar, el tiempo se paso sin percatarnos sorprendiéndonos  a todos. Emprendimos la marcha y delante teníamos aquel valle de donde vinimos, solo pensar volver a pasar por ahí pesaba en el ánimo. La laguna se veía unas ocho veces menos de su tamaño real y el caminito al siguiente alto se veía aún mas disminuido. Iniciamos el regreso y por un momento se nos ocurrió rodear el valle que encerraba a la hundida laguna, este plan implicaba escalar una serie de riscos escarpados que formaban un anillo de montañas en cuyo extremo limitaba con el valle de donde vinimos, evitando así, si lo asumíamos, un buen trecho de trekking que bajaría a la hondonada y luego subiría hasta él.

Entre decidir si hacerlo o no, optamos por escalar las rocas, estas sin camino aparente, estaban así imagino que modificadas por el viento y el clima desde que dios las puso ahí. Desmoronadas en sus faldas, se notaba la frecuencia de los derrumbes que sobre sus macizas formas se dejaban caer. La empresa era temeraria, pero a una promesa de lograr acortar el trecho merecía la pena intentarlo.

La aventura y la locura se fueron de paseo.

Iniciamos la temeraria escalada por el borde de estas rocas, saltando grietas y piedras sueltas, adelante iba Alejandro guiado por ese instinto nato que guía a las personas que van por la montaña como si fuera el patio de su casa, parecía una cabra brincando de peña en peña. Yo más atrás lo avistaba de raticos tratando de no perderlo de vista y esforzándome en no cometer errores al mismo tiempo de ver a Matteo detrás de mí. 

En este punto era el eslabón intermedio, teniendo como misión mantener los dos extremos a la vista.

Llego el momento en el que perdí de vista a ambos, solo el viento se escuchaba en aquella garganta que bajaba y se incrustaba metros más abajo. El ruido de las rocas que se desprendían como moronas al moverse por mis pisadas era a lo que mis sentidos le prestaban atención. Fue un corto lapso que en la vuelta de una saliente deje de verlos y que como trueno que irrumpe el silencio, escuche un sonido de roca pesada sonar a la vuelta de donde estaba. Solo escuche el impacto de la roca mas no vi nada, tan solo mire a los lados y en segundos más abajo a unos diez metros vi salir de unas piedras a mi amigo Matteo bajando por la ladera con sus manos en el pecho y su ropa rasgada, trasteando a paso torpe de un lado a otro colina abajo dejando escapar un quejido que volteo mi estomago completamente.


Por: Sherandoe Montilla
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