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Travesía Mérida - Barinas. (Ruta Destacada).

De Mérida Hasta los Llanos Barinenses  
Una lucha contra el cansancio, el clima y la selva!

En Caracas, ya con unos tres días de haber desecho el equipaje y algo recuperados de los  múltiples morados que nos dejo de recuerdo esta única e incomparable travesía sumamente exigente y llena de aventura, es meritoria de que sea contada sin desperdicio alguno para no ofender tan majestuosas montañas, aspirando a que de entre estas líneas puedan vivir parte de esta experiencia tal y como la vivimos nosotros.

Para empezar podríamos dividir el recorrido en tres partes, donde cada una de ellas es mas espectacular que la otra y sin mentir, serian el tope de lo que cada una representa en comparación con travesías anteriores.
 
Día 1:

Partiendo desde el valle de Gavidia
A más de 3500 msnm, y encima de nuestras fieles acompañantes silentes, avanzamos hacia el alto de Micarache, sin emitir sonido alguno aparte de nuestra respiración agitada a causa del esfuerzo físico en disputa con la altura con el antinatural y monótono ruido que causa nuestros cauchos pisando piedras mezcladas con agua y tierra, todos ellos ensordecidos por el abrumador silencio del lugar que emula algún planeta que dista leguas del nuestro, sin árboles, ni vegetación abundante, casa del frailejón, único que parece ser el rey de esas alturas que mina todas las laderas por donde nuestros ojos curiosos intentan descubrir aquello que esconden esos relieves rocosos.

La marcha es continua y rápida, el relieve no varía por un buen rato quebrándose en la boca de un cañado que desde el gran valle nos arroja por un pedregal sumamente técnico que se extiende unas 4 horas de fatigante manejo. Si, cuatro horas de grietas y quebradero de rocas mezclado con garubas intermitentes envuelto en un humedal frio y blancuzco que tornaba muy espeso en tramos largos obligando a agudizar la vista para no perder el camino.

El avance es muy lento, el camino se complica mucho y obliga en ocasiones a detener la bici y desmontar por un corte en el relieve que tragaría toda la rueda e incluso la bicicleta ó una secuencia de rocas muy difíciles de sortear saliendo desde un lado y acabando allá abajo en otro codo imposible. En tramos dejaba de llover y un color casi irreal emanaba de aquellos árboles medianos, las rocas mohosas no disimulaban en acentuar aquel verde del musgo que como abrigo cubría toda su inmensidad pesada e inmóvil, raices torcidas colo ámbar, árboles con barbas grises que llegaban al suelo en un escenario tan mágico que podría escribir un libro descriptivo de él. Delante se escuchan algunos gritos eufóricos que dejan escapar los compañeros abrumados por lo espectacular del sitio, nada tiene desperdicio en este jardín encantado donde imagino que originó su nombre, El Valle de los Colorados.

Dejando atrás el edén del mtb, pasamos por el bosque de los enanos, éste al igual que Los Colorados gozaba de atributos similares haciendo hasta esta parte del viaje una experiencia nunca vista en estos páramos.

Quitasoles seguía en la lista de nuestra rueda, seguido de El morrito y Los granates, uno a otro fuimos avanzando y adentrándonos poco a poco a la selva húmeda, la que aguardaba con ríos crecidos, pasos de puentes espectaculares y caminos tortuosos.
A varios kilómetros por debajo de las crestas de las montañas del páramo estamos en uno de los tramos más difíciles del recorrido, decidido a agotarnos hasta el límite, cuyos senderos están cada vez más tapados y es necesario en muchos casos abrirnos camino utilizando nuestras bicicletas como barredoras, nos encontramos en aquella selva intimidante de arboles altísimos y luz tenue que lucha por penetrar la entramada red de hojas que se anudan más allá de nuestro alcance físico.

Una bajada estrecha aguijoneada por los casco de las mulas y mezclada con rocas en un fangal espeso que se escurre por la cara de la montaña cada vez más inclinado y difícil serpentea muy incómodamente para los que por el transitan con aquella humedad que cae del cielo y desliza por los árboles empapándote por completo, mas aquella que se arrastra por tus pies por los cientos de manantiales que brotan por doquier y lo encharcan todo, hacen de tu impermeable el mejor aliado para sobreponerte a él.

El rumor del río se acercaba caminando sobre derrumbes y pilas de piedras que de un momento a otro se irían al fondo del precipicio, crujiendo a nuestra pisada que sorteaba riesgos y alimentaba el espíritu de la conquista breve.

La marcha continuó y logramos alcanzar el primer puente, el río crecido nos  regalo una tribuna para apreciar de cerca aquella fortaleza agitada que rugía en una turbulencia poderosa. Brevemente nos detuvimos a comer y continuamos el tramo, donde la hora fue subiendo y la luz disminuyendo, solo se podía ver selva y humedad, mucha humedad. 

El objetivo de llegar al lugar donde pernoctaríamos se hizo difícil, no había otra posibilidad pautada, era llegar si ó si, no contamos con GPS para esta aventura, ni hamacas, ni cobijas ni nada, además la orientación dependía de nuestra buena memoria. 

Ya era de noche y el paso muy disminuido, recordábamos que a unos 3km antes de llegar al lugar había una gran cascada del lado izquierdo del camino que bajaba por una laja donde en años anteriores pudimos reponer agua cercana la noche. Esta referencia no la pudimos ver, no sabemos si por una crecida repentina que cambio el paisaje ó que tomamos un camino distinto al que en algún punto sin percatarnos perdimos, pero lo cierto es que llegamos a una embravecida quebrada que suponemos que era la misma apacible que vivía en nuestros recuerdos tocándonos cruzarla con cautela en aquella negrura absoluta.

Muy cansados seguíamos caminando por aquel fangal negro enterrando las zapatillas sin discriminación en una sopa obscura mezclada con musgo y hojas podridas que helaban los pies y emanaba olores desagradables producto de la putrefacción en aquella melcocha de material vegetal y tierra.

De esta forma salimos de la oscurana empujando las bicicletas que en este punto parecían hechas de cabilla y los morrales llenos de arena, al ritmo de la respiración agitada orquestados en una batalla declarada de ciclistas de montaña y selva que finalmente concluye a las 8pm en El Carrizal, siendo esta nuestra primera parada del dia con la promesa de camas calientes, un buen baño y truchas del río Canaguá.

Dia 2: 


Dormimos como osos, la planificación era salir lo más temprano posible porque el tramo a seguir era muy largo y con mucho trekking. Disfrutar de las primeras horas de la mañana antes de partir fue el común denominador de todo el grupo, aprovechamos de caminar el lugar al canto de los gallos tomado fotos y admirando los alrededores. Hubiésemos deseado pernoctar un día adicional aquí, pero la logística era apretada y el baño de río lo tuvimos que dejar para otra ocasión.


El carrizal es un caserío muy pequeñito que en otras épocas contaba con una capilla, una escuelita y varias casas que formaban una pequeña comunidad, que en estos tiempos cuenta con solo dos casas habitadas por los hermanos Guerrero y sus familias, difícilmente alcanzando la decena de personas. Dedicados a la agricultura, el ordeño y la pesca de truchas, esta amable gente siempre está dispuesta a ofrecerte la mejor sonrisa y el mejor de los tratos para quienes les visiten. el lugar es tranquilo y a la vez espectacular, cerca de allí se escucha el bravío río Canaguá que serpentea en las faldas de espectaculares montañas que ascienden verticalmente a alturas sobre los 2800 msnm y son el hogar del Oso Frontino, el Gallito de la Roca, El Paují copete de piedra, la Ciervita entre muchísimas otras especies, algunas en peligro de extinción.

Santa Gertrudis - Curbatís:
Con el cafecito mañanero en el estomago, unas arepitas andinas bien rellenitas salimos bien temprano vía Sta. Gertrudis y así la meta de llegar a barinas ese día. El camino que por detrás de la casa se iba al monte tenía varias lajas de piedra muy resbalosas, algunas raíces y charcos en todos lados, éste a menos de tres codos nos llevó a un puente de dos tramos por donde un par de metros se hacia un gran pozo que lamentamos no poder disfrutar. luego de superarlo no internamos de nuevo en la selva por un senderito muy escabroso y tapado que danzaba junto al rio durante unas cuantas horas. El avance fue muy lento también, muchas piedras atravesadas, cunetas muy profundas que obligaban a caminar, con monte y más monte a los lados, al frente, arriba y abajo, era cansón empujar la bici entre tantas plantas, palos y charcos. 

En este paso, pudimos cruzar unos 4 puentes colgantes más, el río se hundía poco a poco y unos kilometros adelante nos separamos definitivamente de él. Llegamos a un caserío muy chiquito cruzando el último puente separados a unos 30 mts de la quebrada que bajaba de las alturas,  nos dieron agua y cambures, solo una casa al fondo de la colina se veía y detrás una montaña que teníamos que subir  para llegar a el Cienago y posteriormente La Aguada, cuyo desafiante tramo contaba con 5 caminatas y dos descensos espectaculares. Subímos como cristo aquellas lomas enredados entre los tubos de la bicicleta en la espalda y los morrales que se atascaban en las ramas entre el movimiento monótono de nuestras pisadas y la búsqueda de alguna posición cómoda que aliviara aquel molesto dolor que resulta de afincar todos esos metales en la espalda y cuello que se clavaba y acalambraba los músculos, sacudiendo a veces la bicicleta como bestia para alejar enjambres de tábanos que intentaban picarte. De las 5 caminatas, dos fueron de 1 hora , saliendo de aquel humedal a un calor sofocante. 

Ya en la Aguada, solo venia bajada, una bajada tan espectacular que hacía olvidar toda aquella roncha  superada, un tramo variado y técnico, con tierra, piedras, escalones y senderos muy pequeños limitados  por verdaderos precipicios que hacían la movida más interesante. De aquí para abajo fue pura diversión, quizá un par de horas de descenso initerrumpído, ensalzado con la alegría de haber completado esta grandiosa ruta cerca de las 9pm muy cansados y con ganas de intercambiar experiencias en la única posada que había en la zona, Los Samanes.



En conclusión, una de las travesías más espectaculares que hemos realizado, que permite apreciar lo mejor que esconde el páramo merideño en aquellos valles repletos de vegetación colorida y peculiar amurallada con moles de roca dormida envuelta en pieles de musgo de intenso color, Una selva imponente que deja caer en aquella inmensidad un velo blanco que se entremezcla en lo más alto de los árboles y refugiada en su manto millones de litros de agua cristalina y pura que desciende entre rocas y caen al vacio como cabelleras largas que deleintan a quienes tienen la fortuna de verlas, unido por un sendero variado y tortuoso que te exige y recompensa al saber que todo valió la pena.

Hasta la próxima aventura.

Fotografías de esta aventura aca:
Album Travesía Mérida Barinas

Track: No disponible.


Por: Sherandoe Montilla
ecohatillomtb@gmail.com
@ecohatillomtb
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