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Explorando el páramo Tuñame.

Deseo por medio de este artículo, ser lo más descriptivo posible  en virtud de graficar minuciosamente aquellos detalles que adornaron esta experiencia y que formaron en suma de hechos un exitoso viaje que como todos los anteriores nacieron de la curiosidad. Es para mí sumamente grato revivir y dejar para el disfrute de usted mi querido lector esta maravillosa hazaña.

Nuestra historia inicia en Jajó, un pequeño y hermosísimo pueblo en medio de montañas siempre cubiertas de nubes remolinadas en sus crestas como algodones gigantes que han cobijado en secreto por más de 400 años la vida de nuestros antepasados en la tristeza, en la gloria y en la guerra. Sus picachos que rasgan los cielos por encima de los 3.800 msnm, se yerguen impetuosos cobijando en su vientre aquellas callecitas empedradas que escurren el frio que baja de las alturas y entumece la vida de sus silenciosos habitantes. Una iglesia de gran tamaño y de gruesas paredes ubicada en el centro del pueblo  ha sido desde hace cuatro siglos el centro  de las actividades de sus habitantes que entre rezos, misas y cantos aprovechan la agenda de tradiciones para salir a conversar, reunirse entre amigos y compartir con los vecinos en un clima de absoluta paz y tranquilidad, ajena a cualquier caraqueño o maracucho que de lejos podría etiquetarlo de aburrido.


El tiempo en Jajó pasa muy lento y el silencio es roto eventualmente por el murmullo de un transeúnte, algún carro que pasa o los altavoces de la iglesia anunciando la misa. La noche y el día se alternan sin que preocupe a sus moradores, puede ser lunes o sábado sin que haga diferencia exceptuando el domingo, donde se  notan agitados, enérgicos y prestos  para asistir a la eucaristía dominical, perfumados, arreglados y animosos. Solo este día podría etiquetarlo como especial en comparación a los demás.

Jajó es oficialmente pueblo a partir de 1611, pero para mí el hecho de que antes de que los conquistadores llegaran a reducir nuestros antepasados, ya ellos vivían en este lugar quien sabe desde cuándo. Podría decirse que esas montañas han estado habitadas desde que los Timotocuicas en el neo-indio (1500 D.C.) y quizá antes ya vivían por aquí.

Jajó 1970. Fuente http://dejajo400.blogspot.com/
La sangre y el sudor de Mucuchíes, jajoes, Mocotíes, Timotes, Chamas y Torondoyes calentaban estas tierras con el trabajo, la caza y la convivencia pacífica, que en mi opinión muy personal conservamos en nuestro carácter aún. Jajó fue Morada de caudillos como Juan Bautista Araujo (El león de la cordillera), escenario de cruentas batallas y hazañas increíbles, hogar de hombres de revolver, tabaco, caballo, sombrero y carpa, de arreos de mula,  tropeles de casquillos, comercio de hortalizas, pieles y bestias, un pedazo de la historia de la que conservamos sus techos ruinosos, el testimonio esquivo de algunos pobladores y la melancólica certeza de saber que esto puede desaparecer para siempre disuelto en el egoísmo del venezolano empotrado en una vida que solo aporta lo que sus intereses midan.

Nuestras ruedas entran en estos parajes cuando por suerte los arcabuces, los sables y puñetazos arreglaban los asuntos en épocas pasadas, siendo el Buey con su paso acompasado el que empuja la yunta de la nueva era, zanjando la tierra ennegrecida, húmeda y pesada que  engulle las semillas de sus sueños y anhelos, bajo un cielo azul, ¡muy azul!.
La faena diaria, una carga nada liviana.

150Km no es poca distancia ni estando en carro, puedes durar varias horas aburrido detrás del volante viendo la danza monótona del rayado esperando llegar a tu destino, para nosotros fue un exceso en la estimación y escala de la ruta que nos abrumó cada metro que recorrimos.

Llegamos un Jueves a Jajó, el cielo encapotado nos recibía y un frío que aumentaba gradualmente hacia notar el vapor de nuestro aliento al hablar, a unos 200 metros de la entrada principal bajamos por una callejuela empedrada hasta la posada Marisabel, su dueño Jesús Mendoza aguardaba afuera nuestra llegada. Con una sonrisa de abuelito, cuerpo relleno, hablar ligero, carácter risueño y mucha energía nos transmitió desde el momento en que estrechamos sus manos el compromiso esmerado de ofrecernos un buen servicio. Esa noche solo nos dedicamos a recorrer las calles, conocer la plaza y mironear alrededor conversando lo que sería el primer día de jornada.


El viernes con los gallos abría el telón, acomodamos todo lo necesario para pedalear tres días y en la puerta nos despedía Jesús intentando manipular una cámara que retrataría ese especial momento. Así salimos lentamente como un gusano de solo tres anillos, uno de tras de otro tomando una calle que en forma de medio arco nos arrojaba a la vía que ascendía al pueblo de Tuñame. Esta subida era muy tendida, nada exagerada pero muy larga, 4 horas y un poco más nos tomó completarla hasta cerca de la base del páramo. Durante todo el trayecto era notorio una característica muy típica de esta montaña ya  que a muchos de los árboles se veían en la carretera les colgaba una especie de musgo en forma de chiva haciéndolos ver envejecidos.

 Un aguacero nos recibió justo en el cruce que debíamos tomar hacia el páramo, el pequeño saliente de una bodega nos sirvió de refugio mientras comimos unos Sandwitch, la duda de continuar hacia el páramo defraudaba mis planes y nos desanimaba el hecho de mutilar la parte que prometía más aventura en el primer día. En un momento de inspiración decidí continuar a pesar de la lluvia, mis compañeros asumieron el riesgo y continuamos con los impermeables puestos evaluando si en el camino las cosas empeoraban regresaríamos y completaríamos la larguísima carretera que dividía los páramos como cinturón ajustado calado en cintura de esas montañas vía Niquitao. 

 La calma de saber que el clima mejoraba nos motivo a seguir aquella callecita de cemento que unos metros más adelante se convirtió en tierra y subidas extenuantes. Casi cuatro horas más nos tomo dar batalla en esa montaña, las subidas no cesaban y echamos pie en tierra en varios tramos ya que nuestras piernas no ganaban muchos metros empujando los pedales.



A las 5:45 de la tarde llegamos a la tan esperada entrada a Las Parias, un grupo de lagunas ubicadas a unos dos kilómetros desde ese punto. Una especie de encrucijada que llevaba a Niquitao y a pueblo llano eran opciones desde allí pero nuestra meta era  la promesa de bajar por esa magnífica montaña por un camino abandonado lleno de frailejones. A esa hora unos motorizados pasaban por esos caminos, abordándolos les consultamos nuestros planes e inmediatamente su consejo unánime fue el de no intentarlo porque desde allí hasta Niquitao fácil nos tomaría unas tres horas de bajada. No muy contento con la conseja dada baje de la bici y subi una pequeña colina que ofrecía una vista previa de lo que detrás de ella había solo por curiosidad porque ya la decisión de bajar por la vía de tierra directa se había tomado en conjunto. Me bajé de la bici y por ese pedregal subí crujiendo bajo mis trabas las pequeñas piedras que se desintegraban a mi paso, al llegar arriba una cortina espesa de nubes impedía la visibilidad, un viento impetuoso impedía grabar el audio de la cámara y un gris plomo teñía el ambiente completamente como si detrás de esa montaña se hubiese desatado la apoteosis del infierno para quienes decidieran meterse en ella.

Baje y eche el resumen de lo que había detrás y ya decididos bajamos por la loma suavizada  de la montaña que aún bañaba de dorado el sol y nos invitaba a cerrar sin mayor problema la jornada de ese día.

Sumamos una hora y media bajar por esa vía, no podíamos creer que tardaríamos tanto bajar por una calle que sin mentirles es la bajada más larga que  he hecho en mi vida sobre la bicicleta a mas de 40Kmh.

Exhaustos llegamos a Las Mesitas, un pueblo que no ofrecía muchas alternativas de comida y hospedaje, tiritando de frio nos informamos con los lugareños de cuanto nos faltaba para llegar a Niquitao y arrugando la trompa nos decían: - ¿En bicicleta?, quizá una hora.  – Caray, sinceramente eso  nos calló como ladrillos, siendo la segunda decepción del día. Decidimos dejarlo a la suerte, si en ese momento agarrábamos una cola en camión hasta Niquitao haríamos ese último esfuerzo.

Transcurrieron 15 minutos y uno de nosotros estaba literalmente congelado, los jeeps que pasaban por la vía principal parecieron escuchar que en ese punto los aguardábamos, porque ni una moto paso más desde ese momento. Sin alternativas tuvimos que acomodarnos en ese pueblito que a duras penas nos ofreció posada y comida en un pequeño restaurant que solo le servía un bombillo. En tinieblas comimos un buen plato de comida que por su cantidad supero nuestras expectativas.


Ya cansados fuimos a la improvisada posada que no era tan posada sinceramente, pero sirvió para acomodarnos y descansar aislados del frio, mientras dormíamos nuestro espíritu aventurero que por ese día estaba completamente saciado.

El objetivo del primer día era bajar por el páramo a través de un sendero agreste que prometia ser increíblemente bueno, pero por cuestiones de cansancio, distancia y tiempo no pudimos lograrlo. Quedará para una próxima oportunidad donde esa pieza del rompecabezas la podamos completar.

Puedes disfrutar de la galería de este viaje em nuestrto pinterest:


Continua en capítulo 2: Explorando el páramo de Niquitao


Por: Sherandoe Montilla
ecohatillomtb@gmail.com
@ecohatillomtb
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